lunes, 28 de mayo de 2018

ORIGENES PARTE 3


—…Ya son 240 martes en este crucero de salud mental.  He aprendido a apreciar el arte de comer con cuchara.
—Pero estás mejor ¿no?  ¿Ya no oyes voces, ni  ves  cosas que no están ahí?
—¿Cuándo puedo volver a casa?
—Debes esperar a que los médicos te den permiso.  ¿Qué te dice el doctor?
—Si le digo que estoy sano,  entonces cree que estoy loco.   Y si le digo que estoy loco y veo cosas,  entonces sube mis dosis.  No puedo seguir así.
—Tal vez pueda hablar con el doctor,  decirle que creo que estas mejor.
—Hermanita…Algo nuevo necesita pasar pronto.
Cuanto tiempo hacía de aquella conversación.  ¿Tres semanas? ¿Un mes?  Era tan difícil el poder llevar la cuenta del paso de los días cuando estas encerrado,  cuando todos los días se suceden iguales. 
Blancos.   Igual que mi habitación en ese hospital.  Blancos como esta mi cabeza después de cada dosis de medicamentos.   Blancos como mis manos luego de lavarlas una y mil veces.  Blancos como las hojas del nuevo cuaderno que mi hermana trajo en la  última visita. 
Tomo aire y se decidió. Era tiempo de que pasara algo, había que llenar esos renglones…
— ¿Y eso cómo te hace sentir?
Miles de imágenes desbordando mi cerebro. Gritos continuos de mis otros yo que no se callan. Apáguense. Apáguense.  Por favor, por favor callense. Silencio.  Silencio. Desconéctate. No quiero escucharlas. No quiero escucharlas. Dejen de  burbujear en mí cabeza.  
— ¿Y eso cómo te hace sentir?
—Los medicamentos que me dio… eso ayuda.
—¿Y eso cómo te hace sentir…
—Toma,  aquí van tus tres pastillas…
—¿Y eso cómo te hace sentir...
Todo se fragmenta,  es como una pesadilla que se lleva el acá y el ahora.   Lo divide en partículas microscópicas que se lleva el viento.  Pesadillas despierto.  No sé qué hago  yo y que no.
—El demonio con ojos amarillos. Está aquí, ahora. No. No. No.  No  quiero verlo.  No. No. Nooo. Debo hacer algo, debo hacer algo. Fuera. Fuera. Sal.  Fuera. Noo. Aléjate.  Vete.  Vete ¡¡¡AAH!!!
La puerta del cuarto de abre de improviso. Tres hombres entran en ella bruscamente.  Se oye un ruego:
—No por favor… por favor déjenme. Tuve una pesadilla. ¡Solo fue una pesadilla!  La violencia no es necesaria, no lo es.  Las agujas no son necesarias…..— y todo se oscureció.
—¿Y eso cómo te hace sentir?
—Usted sabe lo que soy. Con lo que le hice.  Usted sabe lo que pasó con el doctor Saelzer…
—Dejaste de tomar tus medicamentos…
—Sabe yo veía cosas, no me sentía bien.
—Te refieres a  delirios.  A los otros yos que veías. Ya hemos hablado de esto. La química de tú cerebro. Como es que tú enfermedad simula voces. Crea imágenes. Te hace creer cosas que no han sucedido. Todas las alucinaciones que me dijiste.¿Pablo Gómez? El demonio de ojos amarillos.
—Pero doctor. Y si los problemas no están en mi cabeza. Y si ni siquiera son problemas…
Tal vez lo que me dicen no es cierto. Yo no estoy loco. No quiero que me manipulen. No más escuchar que lo que veo no es cierto y, que las voces no existen.

—Mamá ¿Por qué me encierran?  Si  existe. Él está allá afuera. En algún lugar hay otro yo. Pero poder escucharlo es lo que me diferencia de él. El no puede. Eso es lo que me hace ser yo. Lo que me hace ser único. Especial. 

Cerró el cuaderno angustiado. No podía creer lo que contenían aquellas líneas.  Ni el sufrimiento de quien las había escrito. ¿Era esto lo que le esperaba? Un encierro permanente. Locura. Total confusión. El letargo de su cerebro. Estar adormilado por el constante bombardeo de los medicamentos. Estaba en el infierno. Había descendido hasta las mismas puertas del Seol. Debía planear su huida.  No podía quedar atrapado en este inframundo.

martes, 15 de mayo de 2018

EL CASO DE LA ESPONJA AMARILLA




—¿Alguien ha visto la esponja amarilla? —Preguntó la mamá,  mientras daba vuelta la cocina buscando la famosa esponja.
—Yo no la he visto —respondieron los niños en coro.
—Pero ¿cómo nadie la iba a ver? Si la esponja no tiene patas pa’ salir caminando sola—.  Dijo molesta la mamá.
Panchito,  que justo pasaba por ahí, y que siempre andaba buscando que investigar, ya  que quería ser policía cuando grande, pensó que este sería su primer caso.  “¿Quién había tomado la esponja?” y otra incógnita mejor aún “¿Dónde la habían dejado?”.   Este sería el primero de los muchos casos que él resolvería,  y lo mejor de todo, era pensar la gran recompensa que recibiría.  De puro pensarlo,  el corazón le dio un brinco.   No podía esperar a comenzar a entrevistar a todos los sospechosos, como había visto que lo hacían los grandes investigadores en los dibujitos animados que tanto le gustaban.  Fue corriendo a su pieza, por un sombrero y lápiz y papel,  y se dirigió a ver a su primer sospechoso,  Efraín, su quinceañero hermano.  Entró a la pieza muy silencioso,  esperando a pillarlo infraganti,  con las manos en la masa, osea con la esponja entre los dedos.  Pero al contrario de lo que él se había imaginado, apenas puso un pie en el cuarto de su hermano, un zapato salió volando, rozándole la oreja izquierda,  y de un solo grito  lo hecho de su dormitorio.
Decidió entonces que su hermano no podía ser el culpable,  por lo que de inmediato se dirigió a  donde su hermana pequeña Adriana.    Ella siempre tomaba sus cosas para jugar con ellas, por lo que seguramente había tomado la preciada esponja de la mamá.  Ella  era su principal sospechosa.   Entro a su  cuarto, arrastrándose a punta y codo,  como lo hacen los soldados o los espías cuando no quieren ser vistos, y se escondió detrás del escritorio.   Ni una mosca volaba.  Se puso de puntillas para poder vigilarla, pero  no estaba, por lo que decidió buscarla en su propio cuarto.   
Cuando entró, su cuarto se encontraba completamente en silencio, ni señas de la pequeña Adriana.  Tal vez estaba escondida donde la mamá guardaba los chocolates.  Dio la vuelta, y cuando iba saliendo del cuarto escuchó una pequeña risita que venía del armario.
—jijijijijijijiji
—Ya te escuché Adriana. ¡Sal de mi Ropero! ¡De inmediato!  —dijo Panchito furioso.
Adriana salió de un brinco feliz por la broma que le había gastado a su hermano.
—Penzaste  que no eztaba.  Jajaja, soy fadbuloza ecodiendome —dijo Adriana Feliz.  Mientras le enseñaba dichosa, sus blancos dientes a su hermano mayor.
—No pienses que por mostrarme tu linda sonrisa dejaras de ser mi principal sospechosa —le dijo suspicaz Panchito a su hermana,  mientras la tomaba en brazos,  y sentaba en la pequeña silla de colores en las que siempre jugaban a tomar el té.
Acomodó la silla,  movió la mesa,  y colocó la fuerte luz de la lámpara del velador apuntando hacia el rostro de Adriana.
—¿El 24 de diciembre que estabas haciendo a las 8.00 de la noche? —preguntó como todo un profesional Pancho.
—Estaba en la oba de navidad de la igeshia mennnnnso.  Elamos los pastoles,  ¿no te acueddaz? —dijo burlona Adriana.
—¿Y el 25?
—en casa de los tataz contigo po toto.
—mmmmm. ¿Y ayer viste la esponja amarilla de la mamá?
—Shiiiiiiiii.  La vi cuando ella la teñía en la maño.  ¿Ahola me pedo id?
—Bueno,  pero no puedes salir de la casa sin un permiso especial.  Aún estás dentro de mi lista de sospechosos  —respondió Panchito.
Había vuelto al  punto de partida.  Estaba dando vueltas en círculo,  y el sin resolver.  Decidió entonces que debía ampliar sus fronteras y buscar en el exterior  su próximo sospecho.  Rocky el perro.
Salió corriendo al patio trasero,  y cuál no sería su sorpresa.   Ahí estaba el sospechoso, con las manos en la masa, o mejor dicho con las patas en la esponja.   Panchito decidió entonces, que este era el reto de su vida: “Atrapar al sospechoso y salvar la prueba de sus fauces,  antes que la hiciera desaparecer.   Necesitaba de esa prueba que lo incriminaría como culpable finalmente”.  
Tomó aire y salió como un rayo a luchar con el pobre de Rocky que se encontraba feliz masticando la pequeña esponja amarilla.
—¡Suéltala Rocky! ¡Dame! —decía Panchito mientras se enfrentaba a una lucha cuerpo a cuerpo con el pequeño Basset que tenía por mascota—.  Suelta ya perro.  No seas un pesado.  Dame acá.  No huyas bribón.  No puedes arrancar de la mano de hierro de la ley—gritó Panchito, mientras corría jadeante detrás de Rocky—.  No huyas.  Te atraparé.
De pronto el perro paro en seco cuando vio al gato del vecino paseándose tranquilo por la cerca, soltando la famosa esponja por ir detrás de aquel felino.
Panchito se sentía genial.  Había resuelto el caso.  Había recuperado la esponja. Y ahora iría a recibir el pago por el caso resuelto.  
Sentó a todos en el living,  y se comenzó a pasear de acá para allá como todo un inspector,  hasta que todos estuvieron en silencio.
—Los reuní a todos aquí, por la desaparición de la esponja amarilla.
—¿Cuál desaparición? — dijo el papá.
—El de la esponja amarilla —respondieron todos  al unísono.
—Bueno —dijo Panchito—, hoy temprano se perdió la esponja amarilla.  Yo interrogue a todos los sospechosos.  Mi primer sospechoso fue Efraín, pero luego recordé que él era un adolescente, y por lo tanto, ni siquiera sabía para que servía una esponja amarilla, menos aún iba acercarse a un lavaplatos, por lo que de inmediato lo descarté.  Después interrogue a Adriana, ella era mí principal sospechosa, porque siempre anda tomando las cosas de todos y las deja en cualquier parte, siii,  porque es una entrometida y copuchenta…
—¡Mamáaaa! —Grito molesta Adriana. 
—Panchito, pídele disculpas a tú hermana.
—Disculpa Adriana… Ejem.  Bueno, como les iba diciendo,  mi segunda sospechosa era Adriana, y cuando la interrogué me di cuenta de que era muy pequeña para alcanzar la esponja de la ventana arriba del lavaplatos. No había podido sacar la esponja.   Entonces me dirigí a donde el sospechoso número tres. Rocky el perro.  Cuando lo vi de inmediato supe que él no podría haber sacado la esponja.  Él es tan sólo un cachorro.  ¿Cómo iba a poder llegar  hasta donde la mama la deja siempre?, junto al grifo.  Era imposible. Pero entonces recordé que en la mañana el papá limpió los vidrios de su auto, y debió dejar la esponja afuera, donde casualmente también encontré el jabón para auto.    Y cuando logré que Rocky soltara la esponja pude ver que todavía tenía rastros de tierra.  Así que….Caso cerrado.
—¿Me sacaste la esponja de la loza para lavar los vidrios de tú auto de nuevo Andrés?
—Pero Carlota, mi amor, era una emergencia. 
—Ay,  Andrés ¿cuándo vas a aprender? —Se quejó la mamá— Muy bien Panchito. Te mereces un premio por haber descifrado el caso.  Hoy tendrás doble ración de postre a la cena.
Y Panchito sonrió feliz, porque sabía que el postre de ese día serían panqueques con manjar.