—…Ya son 240 martes en este
crucero de salud mental. He aprendido a
apreciar el arte de comer con cuchara.
—Pero estás mejor ¿no? ¿Ya no oyes voces, ni ves
cosas que no están ahí?
—¿Cuándo puedo volver a
casa?
—Debes esperar a que los
médicos te den permiso. ¿Qué te dice el
doctor?
—Si le digo que estoy
sano, entonces cree que estoy loco. Y si le digo que estoy loco y veo
cosas, entonces sube mis dosis. No puedo seguir así.
—Tal vez pueda hablar con el
doctor, decirle que creo que estas
mejor.
—Hermanita…Algo nuevo
necesita pasar pronto.
Cuanto tiempo hacía de
aquella conversación. ¿Tres semanas? ¿Un
mes? Era tan difícil el poder llevar la
cuenta del paso de los días cuando estas encerrado, cuando todos los días se suceden
iguales.
Blancos. Igual que mi habitación en ese
hospital. Blancos como esta mi cabeza
después de cada dosis de medicamentos.
Blancos como mis manos luego de lavarlas una y mil veces. Blancos como las hojas del nuevo cuaderno que
mi hermana trajo en la última
visita.
Tomo aire y se decidió. Era
tiempo de que pasara algo, había que llenar esos renglones…
— ¿Y eso cómo te hace
sentir?
Miles de imágenes
desbordando mi cerebro. Gritos continuos de mis otros yo que no se callan.
Apáguense. Apáguense. Por favor, por
favor callense. Silencio. Silencio.
Desconéctate. No quiero escucharlas. No quiero escucharlas. Dejen de burbujear en mí cabeza.
— ¿Y eso cómo te hace
sentir?
—Los medicamentos que me
dio… eso ayuda.
—¿Y eso cómo te hace sentir…
—Toma, aquí van tus tres pastillas…
—¿Y eso cómo te hace
sentir...
Todo se fragmenta, es como una pesadilla que se lleva el acá y
el ahora. Lo divide en partículas
microscópicas que se lleva el viento. Pesadillas
despierto. No sé qué hago yo y que no.
—El demonio con ojos
amarillos. Está aquí, ahora. No. No. No.
No quiero verlo. No. No. Nooo. Debo hacer algo, debo hacer
algo. Fuera. Fuera. Sal. Fuera. Noo.
Aléjate. Vete. Vete ¡¡¡AAH!!!
La puerta del cuarto de abre
de improviso. Tres hombres entran en ella bruscamente. Se oye un ruego:
—No por favor… por favor
déjenme. Tuve una pesadilla. ¡Solo fue una pesadilla! La violencia no es necesaria, no lo es. Las agujas no son necesarias…..— y todo se
oscureció.
—¿Y eso cómo te hace sentir?
—Usted sabe lo que soy. Con lo que le hice. Usted sabe lo que pasó con el doctor Saelzer…
—Dejaste de tomar tus
medicamentos…
—Sabe yo veía cosas, no me
sentía bien.
—Te refieres a delirios.
A los otros yos que veías. Ya hemos hablado de esto. La química de tú
cerebro. Como es que tú enfermedad simula voces. Crea imágenes. Te hace creer
cosas que no han sucedido. Todas las alucinaciones que me dijiste.¿Pablo Gómez? El demonio de ojos amarillos.
—Pero doctor. Y si los
problemas no están en mi cabeza. Y si ni siquiera son problemas…
Tal vez lo que me dicen no
es cierto. Yo no estoy loco. No quiero que me manipulen. No más escuchar que lo
que veo no es cierto y, que las voces no existen.
—Mamá ¿Por qué me
encierran? Si existe. Él está allá afuera. En algún lugar
hay otro yo. Pero poder escucharlo es lo que me diferencia de él. El no puede.
Eso es lo que me hace ser yo. Lo que me hace ser único. Especial.
Cerró el cuaderno
angustiado. No podía creer lo que contenían aquellas líneas. Ni el sufrimiento de quien las había escrito.
¿Era esto lo que le esperaba? Un encierro permanente. Locura. Total confusión.
El letargo de su cerebro. Estar adormilado por el constante bombardeo de los
medicamentos. Estaba en el infierno. Había descendido hasta las mismas puertas
del Seol. Debía planear su huida. No
podía quedar atrapado en este inframundo.