jueves, 28 de septiembre de 2017

CARTA A UN DESCONOCIDO


Concepción 15/08/2005


Me es tan raro volver a escribirte después de tantos  años. Tantos y sin embargo, seguimos siendo aún los mismos, o, al menos así lo sentí  cuando nos encontramos y me abrazaste tan fuertemente y me miraste a los ojos con el mismo amor que siempre vi en ellos.  Fue como si el tiempo se hubiese detenido para nosotros en un perpetuo, donde el espacio y el tiempo no existen, y que, pese a todo lo que ha pasado en nuestras vidas, se mantuviera ajeno a nosotros mismos y a lo que no fue, pero pudo haber sido.
            Son muchas las cosas que nos unen y que nos separan. Demasiadas primeras veces ocurridas entre nosotros, y a la vez también tantas últimas veces, tantas despedidas,  que ahora no sé qué hacer con esto.   No sé qué rumbo darle, porque siento que en cualquier esquina te volveré  a perder y no quiero volver a pasar por eso.  Fue muy doloroso la última vez.   Tarde demasiado  en superarte, y tal vez nunca lo he hecho realmente y, solamente di vuelta la página.   
Quise olvidarte.  Sí.   Lo intenté, pero es imposible porque estás ligado a mí alma.   Una vez escuche una leyenda japonesa  que dice  que un anciano que vive en la luna, sale cada noche y busca entre las almas aquellas que están predestinadas a unirse en la tierra, y cuando las encuentra las ata con un hilo rojo para que no se pierdan una de la otra.   Y es así como me siento, atada a ti.  No importa el tiempo que ha pasado sin saber de tu vida, sin verte,  aun cuando estabas en la otra punta del mundo:  el hilo se estiró y estiró,  y te volvió a traer a mí lado, y,  así será  hasta el infinito.  Estirándose, pero nunca rompiéndose, hasta volver a reunirnos nuevamente.     
Me siento en un constante espiral de fuerza centrípeta que me sigue atrayendo hacia ti.  Volviéndote  el centro de mí vida.  Y me niego a esto.   Me niego a que seas el Sol y yo la Tierra girando a tú alrededor.   Porque en tu  muy extraña manera de quererme, lo haces, pero no como yo lo deseo.   Simplemente me reúso a esperar por horas y días tus escuetas respuestas, dándome  las migajas que siempre acostumbraste a darme, y que yo acepte sin decir nada.   Minutos robados de tú escaso  tiempo.  ¡No!  Ya no.   Nunca más.  Ahora sé  lo que quiero y a donde voy, y tú no entras en mis planes. 
Pero cuando recuerdo tú sonrisa mis propósitos se vuelven nada.   Eres mi puto punto débil.  Mi única tentación, y eso bien lo sabes tú.  Si aquí estoy escribiendo como una imbécil, sabiendo bien lo que me espera, y pese a todo, sigo escribiendo estas líneas, porque aunque no quiero eres mí adicción, mi pecado preferido, y te odio por ello.   
Ahora tan sólo espero que leas estas líneas y estés tan confundido como yo.  Así tal vez pongamos un punto final o uno inicial a esto que es más que un simple quizás.

Con cariño



  A.