Concepción
15/08/2005
Me es tan raro
volver a escribirte después de tantos años. Tantos y sin embargo,
seguimos siendo aún los mismos, o, al menos así lo sentí cuando nos
encontramos y me abrazaste tan fuertemente y me miraste a los ojos con el mismo
amor que siempre vi en ellos. Fue como si el tiempo se hubiese detenido
para nosotros en un perpetuo, donde el espacio y el tiempo no existen, y que,
pese a todo lo que ha pasado en nuestras vidas, se mantuviera ajeno a nosotros
mismos y a lo que no fue, pero pudo haber sido.
Son muchas las cosas que nos unen y que nos separan. Demasiadas primeras veces
ocurridas entre nosotros, y a la vez también tantas últimas veces, tantas
despedidas, que ahora no sé qué hacer con esto. No sé qué
rumbo darle, porque siento que en cualquier esquina te volveré a perder y
no quiero volver a pasar por eso. Fue muy doloroso la última vez.
Tarde demasiado en superarte, y tal vez nunca lo he hecho realmente
y, solamente di vuelta la página.
Quise
olvidarte. Sí. Lo intenté, pero es imposible porque estás
ligado a mí alma. Una vez escuche una leyenda japonesa que
dice que un anciano que vive en la luna, sale cada noche y busca entre
las almas aquellas que están predestinadas a unirse en la tierra, y cuando las
encuentra las ata con un hilo rojo para que no se pierdan una de la
otra. Y es así como me siento, atada a ti. No importa el
tiempo que ha pasado sin saber de tu vida, sin verte, aun cuando estabas
en la otra punta del mundo: el hilo se estiró y estiró, y te volvió
a traer a mí lado, y, así será hasta el infinito.
Estirándose, pero nunca rompiéndose, hasta volver a reunirnos nuevamente.
Me siento en
un constante espiral de fuerza centrípeta que me sigue atrayendo hacia
ti. Volviéndote el centro de mí vida. Y me niego a
esto. Me niego a que seas el Sol y yo la Tierra girando a tú
alrededor. Porque en tu muy extraña manera de quererme, lo
haces, pero no como yo lo deseo. Simplemente me reúso a esperar por
horas y días tus escuetas respuestas, dándome las migajas que siempre
acostumbraste a darme, y que yo acepte sin decir nada. Minutos
robados de tú escaso tiempo. ¡No! Ya no. Nunca
más. Ahora sé lo que quiero y a donde voy, y tú no entras en mis
planes.
Pero cuando
recuerdo tú sonrisa mis propósitos se vuelven nada. Eres mi puto
punto débil. Mi única tentación, y eso bien lo sabes tú. Si aquí
estoy escribiendo como una imbécil, sabiendo bien lo que me espera, y pese a
todo, sigo escribiendo estas líneas, porque aunque no quiero eres mí adicción,
mi pecado preferido, y te odio por ello.
Ahora tan
sólo espero que leas estas líneas y estés tan confundido como yo. Así tal
vez pongamos un punto final o uno inicial a esto que es más que un simple
quizás.
Con cariño
A.