—¿Alguien ha visto la esponja amarilla?
—Preguntó la mamá, mientras daba vuelta
la cocina buscando la famosa esponja.
—Yo no la he visto —respondieron
los niños en coro.
—Pero ¿cómo nadie la
iba a ver? Si la esponja no tiene patas pa’ salir caminando sola—. Dijo molesta la mamá.
Panchito, que justo pasaba por ahí, y que siempre
andaba buscando que investigar, ya que
quería ser policía cuando grande, pensó que este sería su primer caso. “¿Quién
había tomado la esponja?” y otra incógnita mejor aún “¿Dónde la habían dejado?”.
Este sería el primero de los muchos casos que él resolvería, y lo mejor de todo, era pensar la gran
recompensa que recibiría. De puro
pensarlo, el corazón le dio un
brinco. No podía esperar a comenzar a
entrevistar a todos los sospechosos, como había visto que lo hacían los grandes
investigadores en los dibujitos animados que tanto le gustaban. Fue corriendo a su pieza, por un sombrero y
lápiz y papel, y se dirigió a ver a su
primer sospechoso, Efraín, su
quinceañero hermano. Entró a la pieza
muy silencioso, esperando a pillarlo
infraganti, con las manos en la masa,
osea con la esponja entre los dedos.
Pero al contrario de lo que él se había imaginado, apenas puso un pie en
el cuarto de su hermano, un zapato salió volando, rozándole la oreja
izquierda, y de un solo grito lo hecho de su dormitorio.
Decidió entonces que su
hermano no podía ser el culpable, por lo
que de inmediato se dirigió a donde su
hermana pequeña Adriana. Ella siempre tomaba sus cosas para jugar con
ellas, por lo que seguramente había tomado la preciada esponja de la mamá. Ella era su principal sospechosa. Entro a su cuarto, arrastrándose a punta y codo, como lo hacen los soldados o los espías
cuando no quieren ser vistos, y se escondió detrás del escritorio. Ni una mosca volaba. Se puso de puntillas para poder vigilarla,
pero no estaba, por lo que decidió
buscarla en su propio cuarto.
Cuando entró, su cuarto
se encontraba completamente en silencio, ni señas de la pequeña Adriana. Tal vez estaba escondida donde la mamá
guardaba los chocolates. Dio la vuelta,
y cuando iba saliendo del cuarto escuchó una pequeña risita que venía del
armario.
—jijijijijijijiji
—Ya te escuché Adriana.
¡Sal de mi Ropero! ¡De inmediato! —dijo Panchito
furioso.
Adriana salió de un brinco feliz por la
broma que le había gastado a su hermano.
—Penzaste que no eztaba. Jajaja, soy fadbuloza ecodiendome —dijo
Adriana Feliz. Mientras le enseñaba
dichosa, sus blancos dientes a su hermano mayor.
—No pienses que por
mostrarme tu linda sonrisa dejaras de ser mi principal sospechosa —le dijo
suspicaz Panchito a su hermana, mientras
la tomaba en brazos, y sentaba en la
pequeña silla de colores en las que siempre jugaban a tomar el té.
Acomodó la silla, movió la mesa, y colocó la fuerte luz de la lámpara del
velador apuntando hacia el rostro de Adriana.
—¿El 24 de diciembre
que estabas haciendo a las 8.00 de la noche? —preguntó como todo un profesional
Pancho.
—Estaba en la oba de
navidad de la igeshia mennnnnso. Elamos
los pastoles, ¿no te acueddaz? —dijo
burlona Adriana.
—¿Y el 25?
—en casa de los tataz
contigo po toto.
—mmmmm. ¿Y ayer viste
la esponja amarilla de la mamá?
—Shiiiiiiiii. La vi cuando ella la teñía en la maño. ¿Ahola me pedo id?
—Bueno, pero no puedes salir de la casa sin un
permiso especial. Aún estás dentro de mi
lista de sospechosos —respondió
Panchito.
Había vuelto al punto de partida. Estaba dando vueltas en círculo, y el sin resolver. Decidió entonces que debía ampliar sus
fronteras y buscar en el exterior su
próximo sospecho. Rocky el perro.
Salió corriendo al
patio trasero, y cuál no sería su
sorpresa. Ahí estaba el sospechoso, con
las manos en la masa, o mejor dicho con las patas en la esponja. Panchito decidió entonces, que este era el
reto de su vida: “Atrapar al sospechoso y salvar la prueba de sus fauces, antes que la hiciera desaparecer. Necesitaba de esa prueba que lo incriminaría
como culpable finalmente”.
Tomó aire y salió como
un rayo a luchar con el pobre de Rocky que se encontraba feliz masticando la
pequeña esponja amarilla.
—¡Suéltala Rocky! ¡Dame!
—decía Panchito mientras se enfrentaba a una lucha cuerpo a cuerpo con el
pequeño Basset que tenía por mascota—.
Suelta ya perro. No seas un
pesado. Dame acá. No huyas bribón. No puedes arrancar de la mano de hierro de la
ley—gritó Panchito, mientras corría jadeante detrás de Rocky—. No huyas.
Te atraparé.
De pronto el perro paro
en seco cuando vio al gato del vecino paseándose tranquilo por la cerca,
soltando la famosa esponja por ir detrás de aquel felino.
Panchito se sentía
genial. Había resuelto el caso. Había recuperado la esponja. Y ahora iría a
recibir el pago por el caso resuelto.
Sentó a todos en el
living, y se comenzó a pasear de acá
para allá como todo un inspector, hasta que
todos estuvieron en silencio.
—Los reuní a todos aquí,
por la desaparición de la esponja amarilla.
—¿Cuál desaparición? —
dijo el papá.
—El de la esponja
amarilla —respondieron todos al unísono.
—Bueno —dijo Panchito—,
hoy temprano se perdió la esponja amarilla.
Yo interrogue a todos los sospechosos.
Mi primer sospechoso fue Efraín, pero luego recordé que él era un
adolescente, y por lo tanto, ni siquiera sabía para que servía una esponja
amarilla, menos aún iba acercarse a un lavaplatos, por lo que de inmediato lo
descarté. Después interrogue a Adriana, ella
era mí principal sospechosa, porque siempre anda tomando las cosas de todos y
las deja en cualquier parte, siii, porque es una entrometida y copuchenta…
—¡Mamáaaa! —Grito molesta
Adriana.
—Panchito, pídele
disculpas a tú hermana.
—Disculpa Adriana…
Ejem. Bueno, como les iba diciendo, mi segunda sospechosa era Adriana, y cuando
la interrogué me di cuenta de que era muy pequeña para alcanzar la esponja de
la ventana arriba del lavaplatos. No había podido sacar la esponja. Entonces me dirigí a donde el sospechoso
número tres. Rocky el perro. Cuando lo vi
de inmediato supe que él no podría haber sacado la esponja. Él es tan sólo un cachorro. ¿Cómo iba a poder llegar hasta donde la mama la deja siempre?, junto
al grifo. Era imposible. Pero entonces
recordé que en la mañana el papá limpió los vidrios de su auto, y debió dejar
la esponja afuera, donde casualmente también encontré el jabón para auto. Y cuando logré que Rocky soltara la esponja
pude ver que todavía tenía rastros de tierra.
Así que….Caso cerrado.
—¿Me sacaste la esponja
de la loza para lavar los vidrios de tú auto de nuevo Andrés?
—Pero Carlota, mi amor,
era una emergencia.
—Ay, Andrés ¿cuándo vas a aprender? —Se quejó la
mamá— Muy bien Panchito. Te mereces un premio por haber descifrado el
caso. Hoy tendrás doble ración de postre
a la cena.
Y Panchito sonrió
feliz, porque sabía que el postre de ese día serían panqueques con manjar.