Miró
sus manos ensangrentadas. El tibio
líquido corría por sus dedos manchando su blanca piel, describiendo un sinuoso
camino hasta llegar a sus muñecas, coloreando su blanca camisa. Comenzó a hiperventilar de inmediato mientras
la gruesa vena de su cuello
ya latía fuertemente, sintiéndola como
un fuerte tum-tum que retumbaba en sus oídos.
Lo sabía. Un ataque de pánico estaba dando inicio y esa opresión en el
pecho, que tantas veces antes había sentido y que se le antojaba como que iba a
explotar en cualquier segundo no iba a abandonarlo. Un fuerte grito retumbó en medio de la
habitación. Miró a todos lados. No había nadie. ¿Había sido él?
Observó sus manos nuevamente. Nada.
Tan limpias como cuando había ido al baño hace unos segundo atrás. Ni una gota de sangre. Ni una mancha, ni siquiera debajo de sus
uñas. Su mente le había jugado una mala pasada. Debía ser efecto del estrés. Cerró la puerta. Llevaba poco tiempo en aquel trabajo y quería
dar una buena impresión, por eso había hecho
la elección de una camisa blanca.
¿Por qué no si no? El blanco era
una señal de pulcridad, de pureza, de confort.
Y eso era lo que él quería proyectar en otros. Esa sensación de bienestar que él nunca
podría lograr, esa de alivio a la sensación de desespero y de shock emocional
que él había tenido hacía unos instantes atrás,
y que sabía pronto volvería a pasar.
Había sido un acierto haberse despertado
con tanta anticipación y podido hacer frente a la crisis que se había
desarrollado en su departamento, y salir
tranquilo, sin que nadie pudiera darse
cuenta de lo sucedido.
Tomo rumbo calle arriba para llegar
a su trabajo. Fue una suerte el que
encontrara ese departamentito tan bien ubicado,
en ese tranquilo pasaje, y tan cerca de su trabajo, o tal vez había sido
una coincidencia el encontrar un trabajo tan cerca de su hogar. ¿Quién lo podía decir? Todo dependía desde qué punto de vista se
veían las cosas, y a él le gustaba evaluar todas las hipótesis posibles, porque
finalmente todo se reducía a eso, a las
probabilidades, a la posibilidad de que
un hecho finalmente lograra producirse.
¿Y no era eso la vida finalmente?
Una serie de hechos que se sucedían en cadena como si estuvieran predestinados a
suceder, como si el destino
existiera. Aunque ciertamente, a veces la vida lo sorprendía. ¿Acaso no había pasado eso recién en la
mañana? No le pasaba a él a cada
instante. No. Para él la vida no era una sucesión de hechos
encadenados. Para él los hechos eran
como una maraña de hilos que lo oprimían, que lo hacían suceder o saltar de un
lugar a otro, de una situación a otra,
porque eran saltos eso que pasaba con él;
así como los saltos que suceden en la música cuando escuchas un vinilo
rayado. Exactamente así era la consecución de hechos en su vida. Completamente distinto al del común de los
seres humanos porque, aunque no lo crean, él sabía que no era igual para los
demás sujetos. Así lo había visto. Vio cómo su hermana había crecido
tranquilamente, con cada cosa llegando a su tiempo, de manera ordenada, secuencial.
En cambio él, el atraía el
caos. Sí. Su pensamiento era un constante
desorden. Era como si Loki viviera en su
cabeza y estuviera constantemente
haciendo de sus travesuras, desordenando
sus pensamientos, emociones y
sensaciones.
Un
auto tocó la bocina y lo sacó de meditación. Había llegado, sin darse cuenta. Era bueno que sus pies ya conocieran el camino. Sus meditaciones lo habían absorbido otra vez y había sido una fortuna que no se pasara de
largo. Corrió para alcanzar el
ascensor, alcanzando a entrar de refilón antes de que se cerraran las puertas.
Sonaba de fondo la melodía de Chica de Ipanema. Miró a su alrededor, estaba
vacío, algo inusual para esta hora del día.
Debería ir repleto, apenas con espacio para poder respirar. Un mensaje
de texto le llegó en ese momento. Las
puertas se abrieron y salió distraído leyendo lo que le había llegado al
móvil. Alzó la vista. Un cuerpo yacía en el suelo. Una fuerte explosión lo botó al suelo y le nubló la vista. Abrió sus ojos, un grupo de policías
armados habían ingresado y lo rodeaban. Sus ojos se cerraron nuevamente, y la oscuridad lo llenó todo.
El
oficial a cargó se sentó frente a él y
lo observó detenidamente. Las esposas
le apretaban fuertemente. ¿Cuánto rato había estado inconsciente? No recordaba
haber llegado a aquel lugar. Sin
embargo, sentía que llevaba horas en aquella
pequeña habitación. De pronto
recordó las películas de acción que tanto le gustaban. ¿Jugarían con él a policía bueno, policía malo?
¿Lo estarían observando detrás del espejo? Se rio por debajo. Era
absurdo pensar en eso en ese momento,
cuando lo más posible era que pensaran que él había perpetrado aquel
asesinato. Debía estar más loco de lo
que creía. Respiró hondo, debía
enfocarse en lo importante. Cerró los
ojos y trató de recordar… estaba en el living, todo se vía normal, bueno, todo,
a excepción del cadáver que había en el suelo.
Recordó la sangre.
Abrió
sus ojos. Un médico lo miraba
atentamente.
—¿Dónde
estabas Javier? —dijo el doctor Morton— Parecía que te hallabas en otro
lugar. ¿Nuevamente estás teniendo alucinaciones? No habías dicho nada. Mmmmmh. Tendremos que ajustar tu dosis de
Risperdal, por lo visto aún no llegamos
a la dosis adecuada para que desaparezcan.