Era una oscura mañana de
sábado donde el viento soplaba furioso contra la ventana de la habitación
de la lóbrega casa sobre la colina del Cerro Campana. Thomas caminaba cuidadoso
de caerse en algunos de los huecos donde faltaban las tablas, mientras el frío
se colaba por los espacios de vidrios inexistentes volviéndolo todo mucho más
inhóspito de lo que realmente era. Si no fuera por el techo que
cubría su cabeza, Thomas hubiese preferido estar a la intemperie ya que no era
mucho mejor lo que se estaba dentro que afuera de la casa y posiblemente
se estaba mucho más seguro fuera que dentro, pero las negras nubes que
todo lo cubrían auguraban que una fuerte lluvia caería de un momento a otro y
eso lo había hecho buscar refugio dentro de aquella casa.
De pronto un suave repiqueteo comenzó a sonar por sobre su cabeza,
tap-tap-tap-tap-tap, la lluvia había comenzado, y lo que parecía
una alegre canción sobre el techo pronto se volvió un constante martilleo que
se iba haciendo más rápido y más fuerte a cada instante, sonando como una fuerte
cascada sin fin que amenazaba con romper el techo de un segundo a otro.
Thomas
miró el techo, dudoso de la fortaleza de éste. La casa era tan vieja y
había estado abandonada por tanto tiempo que dudaba si realmente podría
resistir. ¿Cuántos años había pasado abandonada? ¿Diez? ¿Quince?
Thomas
no tenía memoria de haber estado nunca antes ahí, aunque sabía por lo que
le habían dicho sus abuelos que solían venir cuando él era pequeño.
Sin embargo, no había ni una foto de esas ocasiones por lo que tan sólo podía
confiar en las historias tantas veces antes contadas. No había ni un
recuerdo que lo atara a esa casa, y eso le hacía más fácil la tarea de
deshacerse de ella.
Una
ráfaga de viento sopló más fuerte haciendo retumbar todos los vidrios de la
casa como si de campanas se tratara. A Thomas el ruido le crispó los nervios
por lo que decidió terminar cuanto antes la molesta visita. Avanzó por la
casa revisando una a una las habitaciones, viendo el estado
en que se encontraban, observando disgustado que cada una estaba
peor que la anterior. Mientras tanto los
tipitipitap de las goteras iban apareciendo poco a poco en cada
cuarto al que entraba, lo que comenzaba a alterarle los nervios.
Nunca había soportado esos molestos ruidos constantes como el de los relojes
mientras se mueven, o el de los grifos cuando se le rompen las gomas y
quedan goteando. Eso definitivamente era capaz de romper toda su
concentración en su escritura o le impedía quedarse dormido. Incluso hubo
una vez en que se despertó a media noche por el ruido de una gota que sonaba
rítmicamente y comenzó a buscarla desesperado por todo su apartamento hasta que
la encontró. Ahora que la banda de gotas tocaba
<<Invierno de Vivaldi>> estaba a punto de hacerse un harakiri de la
pura desesperación.
No
podía creer lo mal cuidada que estaba aquella casa. Sus padres por lo
visto nunca habían invertido un peso en ella luego de que sus abuelos habían
muerto cuando él era un niño aún y ahora, por lo que estaba notando, la inversión
que tendría que hacer sería cuantiosa, y eso no le hacía ni una gracia
dado que sus finanzas estaban bastante escuálidas luego de que su éxito en
ventas hubiera dejado de estar en boga y que su último libro tardara en
salir de la prensa.
La
tormenta se volvía más fuerte, castigando la casa con toda su furia. El
viento soplaba de tal modo que daba la impresión de que la estaba arrancando de
cuajo y por un minuto Thomas pensó que los cimientos simplemente no soportarían
aquel huracanado viento. Ésta simplemente no era una tormenta
normal. Ésta era la madre de todas las tormentas y si la casa sobrevivía
tal vez debería cumplir con la última voluntad de su abuelo cuando se la dejó
en su testamento y la refaccionaría por entero para después volverla su
hogar. Sabía que para sus abuelos esta casa había sido su
hogar, pese a que habían vivido en muchas partes antes de
comprarla. Pero en ella habían vivido sus mejores años y habían
criado a la última generación Shlater antes de morirse y dejársela como
herencia cuando por fin cumpliera los 30 años. <<Te dejo mi
preciado tesoro, espero te sirva en los tiempos difíciles>>.
El
viento soplaba cada segundo más fuerte, era como si se hubiera ensañado
con la casa, castigándola por hacerle frente y soportar la recia
tormenta. La fuerza con que la castigaba era titánica, los
viejos robles que adornaban el jardín bailaban desaforadamente mientras
azotaban sus ramas contra las paredes rasgando los pocos vestigios de pintura
que aún le quedaban. De pronto una de las ramas cayó sobre el techo con
tal fuerza que no sólo rompió el techo sino que también el piso de madera que
tan débil estaba. Thomas no podía creer lo que había
pasado. Tan sólo unos metros más y hubiese caído sobre él. Se
había salvado por un pelo. Si esto no era intervención de la divina
providencia, entonces no sabía qué podría serlo.
Se acercó unos pasos hasta donde había caído para constatar el daño. La rama
era gigante y el tamaño del hoyo que había hecho en el suelo era
descomunal. Se fijó en el fondo del orificio y no podía
creer lo que sus ojos veían. Miles de redondas y doradas
monedas brillaban en el fondo del oscuro cráter, mientras la copiosa
lluvia caía sobre su rostro. Y de inmediato recordó "te dejo mi
preciado tesoro..."
De
pronto los tipipitipitap de la lluvia sonaron más y más cercanos, hasta sacarlo
del sueño en que se encontraba. Nuevamente se había quedado dormido
encima de su cama y había olvidado cerrar la puerta del
baño. Debía cambiar la goma de la ducha cuanto antes pues el ruido
de la gotera se le hacía insoportable. Miró la hora en su reloj
despertador: 6:30 a.m. Ya era hora de levantarse. Era un largo
viaje hasta la casa en la colina.