miércoles, 4 de abril de 2018

ORÍGENES PARTE 2


—mmm... ¿risperdal? ... ¿De qué me está hablando? ...  ¿Quién es usted? ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?

            —... Javier,  ¿no lo recuerdas?  te lo dije a penas entre en la habitación.  Soy el Dr. Morton. Este es el hospital neuropsiquiatrico, y esta es tú habitación.   Y  de ahora en adelante yo seré tú médico a cargo.

            Dios,  ¿En un psiquiátrico? ¿Qué estoy haciendo en un psiquiátrico?  No lo entiendo, debo estar soñando, otras veces he soñado algo así, ¿no es cierto? Aunque nunca me había parecido  tan real.   Miró atentamente sus manos y contó… ¿Cuántas veces no había hecho lo mismo?  ¿Cuántas veces no había tenido que contar sus dedos para saber si estaba sucediendo realmente?  Cinco dedos.   No…no  puede ser. Tiene que haber un error.  Volvió a mirar.  Aún había  cinco dedos.  Buscó en la habitación y vio la tapa del libro que había sobre la mesilla de noche.  Edgar Allan Poe   ¡Diablos! Podía leer.   Esto no era un sueño lúcido.  Esto era verdad.   Estaba sucediendo realmente, aquí y ahora.    ¿Cómo podía estar pasando? Trató de recordar cómo había llegado, pero estaba completamente en blanco.  Tal vez había perdido el control en la oficina,  y le habían traído hasta aquí.    Pero ¿y el nombre?  Aquí le habían dicho Javier.   Era todo muy extraño.  Debía a notarlo. Necesitaba su libreta.   Allí anotaba todos sus sueños lúcidos antes de comenzar a confundir lo real con lo no real.  Había recurrido a ese truco desde que a los once años le había llegado una paliza por parte de su padre por haber contado a sus amigos acerca de cómo había encontrado unos papelillos en la chaqueta de su hermana, la pobre recibió primero una bofetada antes de poder negarlo todo,  y luego fue llevada a la clínica a un test de drogas.   Cuando su padre comprobó que estaba limpia,  entonces le dio con él, por mentiroso.
  
¿Me pareceré al tal Javier? ¿Por qué estaría encerrado aquí?  ¿Y si me dejan aquí para siempre? No puede ser. No puedo quedarme encerrado aquí.  Yo soy Pablo,  Pablo Gómez, nuevo asistente de AC&C.  Soy Pablo.   Vivo a tan sólo unas cuadras de mi oficina ¿Me habré desmayado y golpeado la cabeza?  A ver,  piensa con calma.  ¿Qué es lo último que recuerdas?  Estaba en el ascensor,  de pronto entró un mensaje y lo leí,  levanté la cabeza,  y luego nada.  Todo….todo  está en blanco.

Miró al médico con curiosidad.  Debía ser cauto con sus palabras y su actitud.  Sabía que aquel médico analizaría cada una de las palabras que salieran de su boca,  y si quería salir pronto de ahí y averiguar qué estaba pasando debía demostrar que estaba bien.

— La verdad es que tengo un poco de sueño, porque no dormí bien anoche,  y me cuesta mantenerme atento.  Disculpe mi curiosidad, pero qué pasó con mi anterior médico.

—La verdad no lo sé.  En la mañana me transfirieron sus pacientes,  y decidí hacerles una visita de cortesía,  presentándome —Miró la hora en su reloj—. Bueno, debo continuar con mi recorrido. Hasta mañana en la consulta. 

La curiosidad carcomía a Pablo.  No lograba comprender nada de lo que le estaba pasando.   ¿Cómo había llegado hasta ese lugar?  ¿Dónde está Javier?    Se levantó de la cama y comenzó a revisar toda la habitación. Un impresionante poster de la película El truco final adornaba las blancas paredes,  junto a él  unas fotografías de paisajes.  Se acercó a ellas, mirándolas detalladamente,   por algunos minutos.  Eran lugares que de alguna forma parecía recordar.  Tenía esa sensación de tener un nombre en la punta de la lengua, sólo que con un recuerdo., algo que sabía estaba ahí en algún lugar de su cabeza pero no sabía cómo poder gatillar para que se asomara.
      
Se dirigió al armario.  Tenía tantas dudas, y  un miedo espantoso a quedar atrapado en ese lugar para siempre. No lograba comprender nada.  Puso su mano en el picaporte mientras el cosquilleo en su estómago empezaba  a asomarse.  Botó el aire que tenía retenido en sus pulmones y abrió la puerta.  En un lado de aquel ropero había mudas de ropa embolsadas y ordenadas pulcramente,  dispuestas por colores,  y tipo de vestimenta.   
Pero eso no era lo más raro de todo,  si no lo que vio a continuación.  
Una decena de cuadernos  llenaban el otro lado del mueble.   Cogió uno de ellos  y se sentó en el suelo para revisarlo.  Comenzó a pasar hojas y hojas de paisajes y animales hasta que llegó ante una imagen que lo miraba con unos ojos familiares.  Al final de la hoja unas pocas palabras y un nombre 
...“Pablo Gómez”.